Por Rafael Peralta Romero.
ATMÓSFERA DIGITAL, SANTO DOMINGO.- Todos en aquel lugar advirtieron lo que oteaban sobre Catalina. Y
se lo hicieron saber a su padre, pero
ese hombre estaba obsesionado con la idea de que Catalina nació para algo
grande y fuera de lo común: “Catalina será la salvación de esta familia, yo
estoy seguro de eso”, respondía Viscoso
con aparente convencimiento.
Desde pequeña, Catalina mostró actitudes que alborotaron a
sus vecinos. En verdad, su comportamiento no era propio de una niña pueblerina.
Muchos lo comentaban y pronosticaban que de seguir por ese derrotero, esa muchacha terminaría en no se sabe qué.
“Quiera Dios que orégano no sea”, murmuraban.
La chica incursionaba por los bosques cercanos con amigos
varones y por igual se lanzaba al río
con ropa menuda. Pero el padre de Catalina no admitía querella ni aceptaba
opiniones que pusieran en tela de
juicio la integridad de su hija. “Aquí no hay otra muchacha con las condiciones
de Catalina, por eso es que todos le tiran”.
Viscoso, el padre de Catalina, estaba convencido de que en el
pueblo todos tenían envidia de su hija. “Ella es la más hermosa y prometedora
de aquí”, proclamaba ufanamente. Los vecinos se asombraban de semejante respuesta y apreciaban cómo aquel hombre estaba envenenado con la
grandeza que vaticinaba para su hija.
Con los días, Catalina fue cambiando sus diversiones, aunque
las enmarcaba en el mismo estilo. Por
momentos se paseaba en un catamarán con un italiano, luego abordaba una yipeta conducida por un sujeto cubierto
de joyas y tatuajes. Por igual se inició
en el uso de prendas preciosas. Primero fue un costoso reloj, después todo lo otro.
El padre de Catalina se mostró muy complacido el día en
que ella llegó a la casa con un señor
maduro y con apariencia de buen vivir que se ofrecía para patrocinar la
participación de la muchacha en un certamen de belleza. “Yo sé que mi hija
nació para algo grande y ese momento
está llegando”, comentó, rebosado de satisfacción.
Catalina se marchó a comprar los insumos requeridos. No fue elegida reina, pero con los recursos
de sus amigos ganó otra elección: su padre resultó escogido alcalde del pueblo. Una vez posesionado,
inició acciones contra la prostitución.
Ordenó redadas para detener las
putas y por el acoso muchas se ausentaron del lugar.
La persecución se hizo constante, pero todos allí observaron
un detalle: nunca, entre las mujeres detenidas se contaba la más
notable y voluptuosa, la más costosa y rumbosa, la hija del alcalde: la
puta Catalina. La gente protestaba, denunciaba y exigía equidad. Pero nadie
podía contra la puta Catalina. Entre tanto, el alcalde reía campante y
socarrón.
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