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Por Lorena Gómez.
ATMÓSFERA DIGITAL, SANTO DOMINGO, (22/07/2025).- Hace mucho tiempo ya (cinco años, tres meses, tres semanas y tres días), falleció mi papá). Admiraba a mi padre, esa inteligencia, ese modo tan correcto se hablar, esa sabiduría, esa presencia tan delicada al vestir, tan bien combinada, pulcra, bien planchada, bien vestido, a tal punto que, aunque no tenía dinero, siempre creían que tenía.
Ese modo tan bien de llegarle y tratar con la gente.
Pero sin lugar a dudas lo que más admiraba era su amor por Dios y su tan excelente manera de ayudar no sólo en el ámbito espiritual sino también psicológico, en mi caso particular, a mí.
Su alegría, su desprendimiento, su manera tan positiva de ver la vida le llevaron siempre a ser un guerrero irrenunciable frente a ella.
Mi padre fue internado el 10 de
febrero del 2020 en el Oncológico.
Al día siguiente se vio tan mal, luego de trasfundirle sangre, que le tuvieron que hacer un coma inducido.
Fueron momentos duros, ni la
depresión por la cual pasé me había hecho llorar tanto, a tal punto, que se me
hinchaban los ojos.
Desde ese día 11 hasta el 21 de
marzo, que fue la fecha en la que se fue por Dios, veía constantemente
vehículos que tenían escrita la frase "confía en Dios".
Pensaba que Dios me la enviaba porque le iba a levantar. En realidad, Dios me estaba diciendo que confiara en todo lo que pasara (aún no me agradara) porque era parte de su propósito.
Sí, cuando falleció mi padre no entendí, por qué, por qué se lo llevó, "el me dijo que confiara en él". Me enojé con Dios, no entendía que sus planes eran otros, que nosotros no debemos acomodar a Dios, sino nosotros debemos acomodarnos a él, a sus propósitos. Duré esos 40 días en ayuno, oración, cilicio, con la intención de que Dios me lo sanara. Ahora, que vi su respuesta diferente a mi voluntad me sentía muy enojada.
Sí, muy ciertamente, según sus Santas y benditas Palabras, no cae una hoja de un árbol sin que sea la voluntad de Dios y esta voluntad divina y suprema tiene planes mejores que los que queramos para nosotros.
Duré dos semanas con un viento en la espalda, por el área de los pulmones, cuando respiraba, me dolía esa área.
En mi enojo, quise eliminar la frase que me identifica en mi perfil de este Facebook y otros lugares: "Bendito sea Dios de la manera más grande eternamente; toda gloria, honra y poder sean sólo a él". Cuando lo hice me agarró otro dolor fuerte, en el corazón. Tuve temor y la volví a escribir.
Sí, mi amigo, sí, mi hermano Dios es real.
Por dos meses no canté. Vestí de luto todo ese tiempo. Subía fotos alusivas a la depresión. Amigas cercanas me escribían, una pastora que vivía al lado de mi casa, pese a la pandemia me decía que yo subiera al plato o azotea, ahí me hablaba de Dios y predicaba a los vecinos desde un micrófono y una bocina (ella, no yo).
Con el paso del tiempo fui entendiendo que no tenía a donde ir, que Dios me había dado otras cosas por las cuales agradecerle. Pero, sobre todo, que lo que pase siempre tiene un buen propósito, porque Dios es bondad, Dios es amor y que aún el castigo es para salvarnos no para gozarse en nuestro sufrimiento.
Hoy la frase confía en Dios, me llena de paz y de fe, de que, en todo, absolutamente todo lo que pasa en nuestras vidas, Dios tiene un propósito de bondad para nosotros.
Confía en Dios.
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