La
invasión de los elefantes (Historia de una catástrofe, encontrada en el
microchip de un esqueleto).
Creo
que soy el último de los humanos. Ignoro si en alguna otra parte del planeta queda
alguien con vida.
El
primo Miches
Me
crié entre maldiciones y pleitos. Olvidado del mundo y su civilización. Quince
años detrás del ganado, corriendo los montes, estudiando sus misterios, pues en
esos tiempos los tenía. Aunque de ellos no queden más que malditos recuerdos y
voces sin temor al castigo.
Elim
Las
gotas de agua salpicaban la jeringuilla, e iban formando un riachuelo que aumentaba
con cada estallido del cinc.
Las
emociones
“Quién
sabe si somos el resultado de una emoción de Dios. Tal vez en el giro infinito
del tiempo se le disparó una neurona, y desde entonces vivió emocionado con la
idea de crear un planeta, en este rinconcito del universo, donde haría seres a
su imagen y semejanza”.
El
capítulo escondido del Apocalipsis
El
monstruo con cara de lechuza tocó la trompeta, y una sábana de agua como cuando
se sacude la cama, se desprendió del mar para arropar parte de la tierra.
Sobre
ruedas
Hay
hombres que son grandes sin importar las reducidas libras a las que hayan sido
sometidos, o la poca estatura con que han sido premiados.
El
regreso
“Este
sitio de mierda ya no es el mismo”, dijo, escupiendo las palabras como un
pesado buche de saliva, cuando vio el barrio donde se había criado, después de
haber estado sepultado cinco años en prisión.
El
silencio de la muerte
El
chico abrió la puerta, y el machete resbaló por su cara redonda partiendo el
horror y el miedo.
Historia
del soldado
De
lo dicho por el soldado algo era cierto: las cosas no habían salido como se
planearon, y había que tomar una decisión.
La
vaca
La
vaca parecía sacada de un sueño egipcio. Se alejaba renqueando, en dirección al
rancho, haciendo que la yerba crujiera bajo las patas esqueléticas.
Cuento
oscuro
Que
no se crea esto, no importa. No lo escribí para que se crea, sino por temor a olvidarlo.
Acababa de despertarme y miré el reloj, las agujas en un ángulo de noventa grados
daban las doce y quince.
Me había quedado dormido, como a las seis, cuando llegué
del trabajo, y me desperté porque una ráfaga de aire frío entró por las
ventanas entumeciendo mis huesos, pues al dormirme había olvidado cerrarlas.
Me
levanté y crucé la habitación para hacerlo, pero cuando iba a correr sus hojas
de vidrio, lo que vi me dejó la mano seca.
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