MADRID, España.- Cuatro años
después, el Clásico se tiñó de blanco en Chamartín. Primero en forma de baño
soberano y luego con sufrimiento de añadidura, que así también sabe mejor. Del
memorable repaso inicial, con los goles de Higuaín y Cristiano, a la ocasión de
Messi en el descuento.
Todo eso fue esta monumental
Supercopa, celebrada en el Bernabéu como la mayor de las gestas. El Madrid
devastador, que despedazó a su gran némesis en un primer tiempo sin tacha y el
Barça corajudo, capaz de sobreponerse a la expulsión de Adriano para pelear
hasta el último aliento. [Narración y estadísticas (2-1)]
Venía el Madrid masticando los
traumas de Getafe, con la autoestima pendiendo de un hilo y un clima de duda
permanente sobre la implicación de los futbolistas. En el Coliseum faltó
actitud y ambición, justo las señas de identidad imbuidas por José Mourinho.
Así que, por elegir, el Clásico era el escenario ideal para volver a la
esencia. A la presión, al fútbol directo, a la agresividad bien entendida. El
esplendor de su estilo físico, en definitiva. Así aniquiló al Barça en el
primer tiempo.
Desde aquel remoto mayo de 2008,
con Bernd Schuster en el banquillo, no se veía algo semejante por la capital.
Al igual que entonces, el Barça fue un calco de sí mismo, sin soluciones ante
el vendaval que se le venía encima. El toque pulcro fue derruido por la presión
alta del Madrid, donde Di María y Özil derrocharon el coraje que les faltó el
domingo. La primera línea, arriba, se bastó por sí sola para destrozar los
nervios a Valdés. Con dos balones al espacio, sin mayores alardes, el Madrid se
quedó mano a mano frente al portero.
Innumerables errores atrás
El arranque poderoso tan temido
por Vilanova, que debió remendar la defensa a última hora con Adriano en lugar
del lesionado Alves. Funestos presagios pronto contagiados a los
supervivientes, como Piqué y Mascherano. Ni intuyeron la primera de Higuaín,
asistido por Di María. Y el argentino se zampó un pelotazo sin ton ni son de
Pepe, que sirvió para el desquite del Pipa, apuntando esta vez entre las
piernas. Retumbaban aún los rugidos de la tribuna cuando tembló Piqué, que no
leyó en condiciones el globo de Khedira.
Aturdido, descompuesto, el Barça
entró en coma. Cada vez que el balón rondaba su área, se presentía el gol. De
Khedira, al galope, o de Higuaín, con dos desafíos más ante Valdés. Valía
cualquier excusa, cualquier balón al espacio, para enrojecer a esa defensa. En
una de esas, Adriano sujetó a Cristiano cuando no había vuelta atrás. La roja
inevitable y el delirio en Chamartín, sediento de sangre y revancha, que ya ni
se recuerdan tantas afrentas ante el odiado rival.
El torniquete de Vilanova fue
Montoya, recurso de urgencia para evitar la paliza, para antener los cuatro
atrás y levantar el trasero de la lona. Para suplicar clemencia a la espera de
un milagro de alguien como Leo Messi, que surgió al borde del descanso con un
sublime libre directo. El recuerdo del Bayern en la Champions sobrevoló por el
estadio. Había superioridad numérica, pero enfrente estaba el Barça.
Modric y Song
Como en mayo, el Madrid perdió
metros, víctima de la lógica fatiga. Más que una orden táctica, el hecho debe
interpretarse como una reunión de varios factores. Desde la mejora del Barça,
más profundo, más serio en todos los órdenes, hasta la confianza blanca en su
contragolpe, el más mortífero del planeta. Si avisó dos veces Pedro ante el
inspiradísimo Casillas, luego replicó Khedira, tan venido a más como Pepe, cuyo
regreso supone una bendición para el madridismo.
Ganó cada cruce el portugués,
enardeció a la grada y tapó las goteras a Ramos, que no anda fino, el hombre. A
su figura, como la del entregadísimo Cristiano, se encomendó el Bernabéu, que
no las tenía todas consigo. Un sofocón con Jordi Alba y otra pifia de Higuaín,
tampoco ayudaron a la calma. Quien tuviera entereza de ánimo, que se quedara
sentado. Había que pasar un mal rato antes de bajar a Cibeles.
Lo que faltaba en combustible,
sobraba en fe. Sobre todo en el Barça, con Alex Song tomando el sitio de
Busquets y un soberbio Valdés bajo palos. Mourinho, que observaba inquieto, dio
paso a Callejón y Modric. Que al Madrid le faltó control, dieron prueba Montoya
y Messi, con dos acercamientos postreros e infartantes. Y que pudo resolver
antes, lo atestiguan las llegadas de Khedira y el mismo Modric. No ganaba para
sobresaltos el Bernabéu cuando pitó Mateu Lahoz. Entonces, lo festejó como si
no hubiera mañana. Porque se puede ganar de dos maneras, pero ante el Barça, lo
esencial es la propia victoria.
Escrito por: Miguel A. Herguedas.
Fuente: http://www.elmundo.es
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