Por Sergio Sarita Valdez.
ATMÓSFERA DIGITAL, SANTO DOMINGO.- El relato que narro a continuación no
me lo contaron, tampoco lo leí en los diarios, ni mucho menos lo vi por
televisión; sencillamente lo viví intensamente como para quedar grabado en la
memoria sin que ni siquiera un Alzheimer pueda llegar a borrar tan desagradable
episodio de la vida real dominicana.
La historia comienza así: Mientras
realizaba mis acostumbrados ejercicios físicos la madrugada del domingo 8 de
mayo 2016, moviéndome en dirección oeste- este por la calle Alfonso Moreno
Martínez, sector Arroyo Hondo II, fui interceptado por un carro Honda CRV rojo
vino sin placa, a media cuadra de mi hogar. Uno de los ocupantes del vehículo
salió desde el asiento trasero del lado del pasajero, apuntándome de inicio con
una pistola.
Con voz autoritaria y en pose militar me dijo: ¡Suelta el perro
para no matarlo! A la velocidad del relámpago, y dadas las circunstancias,
razoné que su plan no era matarme, ya que en dicho caso hubiera disparado, sin
tomar en cuenta el acompañamiento del canino.
También deduje que no era amante del
pastor alemán, ni se sentía cómodo estando muy cerca del mismo. Puesto que el
automóvil me había cerrado la marcha hacia delante, opté por devolverme ya que
estaba bastante cerca de casa, por supuesto que sin soltar al animal. En ese
preciso instante bajaba una camioneta patrullera de la PN en dirección
este-oeste. Pusieron la luz de la centella y preguntaron por el altoparlante:
¿sucede algo?. Yo desde la acera, mientras retornaba les grité que se trataba
de un intento de atraco y que había un hombre armado. Los del carro Honda
siguieron su camino.
Los policías integrantes de la
patrulla se detuvieron a escuchar el relato del percance. Retorné a mi morada,
encerré el perro y caminé hasta el destacamento policial, ubicado a menos de
una cuadra de casa. Una vez allí pude identificar la camioneta patrullera
frente al edificio. Los agentes comentaban a modo de chiste el suceso.
Les pregunté por las características
del vehículo atracador, tales como el año y el modelo. Uno de los policías
contestó rápido y con espontaneidad que se trataba de un carro Honda 2007,
color blanco. Confieso que en ese instante me estremecí. Yo había visto un
carro rojo vino y el agente lo veía blanco.
Urgía la presencia de un
oftalmólogo que nos chequeara la vista a ambos para determinar quién era que
padecía de daltonismo. Fue en ese momento cuando caí en cuenta que la pregunta
inicial del patrullero: ¿Pasa algo? no era a mi persona a quien la dirigían,
sino al conductor del vehículo atracador, puesto que bajando la pendiente del
trayecto no podían verme ya que el vehículo interceptor ocultaba mi presencia.
Temprano en la mañana nos apersonamos
al Palacio de la Policía, en donde hicimos una formal denuncia del hecho. Cinco
días después del intento de atraco fui informado vía telefónica que la patrulla
no vio con detalles el incidente, ni tampoco persiguió a los delincuentes, la
razón era que andaban en otra misión.
Si la ferviente católica abuela
paterna viviera diría con picardía: ¡Mi nieto, las llaves de nuestra santa
madre iglesia están en las manos de Lutero!
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