Por Yvelisse Prats-Ramírez de Pérez.
No tengo lo que se llama comúnmente buen oído. Desentono al cantar, cuando Mario me oye gorjeando en el
baño, grita “mejor recita”. No lo asumo como elogio a mis cualidades de
declamadora, es un ¡cállate! que merezco.
Sin embargo, con respecto a los grupos que operan dentro de
mi partido, el Partido Revolucionario Moderno (PRM), me apetece cantar, después de la Convención interna, “no
soy de aquí, ni soy de allá” versos de una canción de Facundo Cabral.
No estoy, ni mucho menos “pertenezco” a ningún grupo; en
primer término, porque no siendo un objeto, no puedo ser propiedad de nadie.
Cada vez que escucho a un compañero o compañera decir esa
frase “soy de fulano o mengano” me irrito. Esclavitud no rima con democracia,
ni la lealtad con servilismo.
Es segundo término, no participo en ningún grupo, porque a mi
edad, debo reservar mi fuerza, mi ánimo, mi trabajo y mis lealtades, al todo,
que es el Partido.
Tengo muchas razones lógicas para pensar y actuar en plural y
no en singular: una es tan obvia que resulta pleonástica, y es que, como
aprendí en psicología cuando estudié la teoría de Gestalt, “el todo es siempre
mayor que la suma de sus partes”.
Esa afirmación tiene una fuerza doble: no solo nos recuerda
la más simple de las operaciones matemáticas, una parte + la otra, al sumarse,
son más que cada una de ellas, por separado.
La pertinencia de la operación consiste en que, por el efecto
de percepción, y que es una corriente psicológica, esa suma producirá un efecto
tal, que se percibirá mayor de lo que estrictamente es.
Los compañeros perremeístas que me lean deberán entender,
antes de argumentar lo contrario, algo más simple y fácil aun, una verdad tan
evidente que se impone: ningún candidato, entiéndase, NINGUNO de los jefes de
grupo, gana elecciones, si el PRM se divide.
El compañero que, por querer agradar a su “jefe” de grupo, o
porque cree de verdad que su preferido es el mejor, el único que puede ganar, a
los peledeístas, debe creer y luchar por él, en buena lid, durante la campaña
interna, eso es válido, la democracia lo permite.
Lo que no puede hacer, porque sería una estupidez política,
es denostar al otro compañero que aspira a la Presidencia de la República.
El “marketing” político tiene las mismas normas que el
comercial: se proclaman las virtudes del objeto que se vende, en el caso de
elecciones el producto a vender es el candidato, pero no se resaltan los
déficits del rival.
¿Han escuchado mis compañeros alguna vez un anuncio de un
jabón, diciendo que el de otra marca huele mal, o da alergia? No, el anuncio
solo proclamará que el jabón que se promociona, tiene un aroma delicioso, y
deja la piel suavecita.
Hablar mal del “otro” es como desvestir a un santo antes de
salir la procesión. Si ese santo presidirá el desfile, nadie se persignará ante
lo que vea: despojado de la vestimenta, el santo se presenta como un feo
armazón de madera, no despertará fervores.
Lo mismo pasaría si, después que el PRM decida su candidato
presidencial, y que este no sea su jefe de grupo, el compañero trate de
persuadir al vecino, al amigo, al que vote por el anteriormente presentado como
un “cuco”. ¿Cómo responderá esa persona? ¿No es ese el que se presentó hace
poco como el feo de la película?
Si se quiere que el PRM acuda a las elecciones con un
candidato bien situado y apreciado por la mayoría, el fervor grupal tiene que
irse sosegando, sustituido por una promoción del partido, de sus planes y
proyectos, como oposición firme, al candidato del gobierno peledeísta.
Todas las horas que los compañeros agrupados gastan
-desperdician- en confrontaciones, bien pueden ser usadas en hacer lo que llamo
“Animación político-cultural”.
En el trabajo, comentar los últimos aumentos que hacen que ir
al Super sea subir al calvario.
En el vecindario, alarmarse al encontrarse con los vecinos,
por la cuenta exorbitante este mes de la energía eléctrica.
En los autobuses, o en los carritos de concho, opinar acerca
de alguna noticia sobre escándalos de corrupción. Son tantos que hay un menú
para elegir.
Ocupando así su tiempo, y desahogado su legítimo derecho a la
crítica, los compañeros “agrupados” aplicarán lo que aprendí hace 50 años en la
UASD: la diferencia entre contradicciones antagónicas, primarias y las
secundarias.
Nuestro antagonista es el “Enemigo del Pueblo”, parafraseando
el título de la obra de Ibsen, los peledeístas que nos gobiernan, que nos
saquean, no los compañeros situados en un grupo diferente al nuestro.
Nuestros verdaderos adversarios están en la acera de
enfrente, en nuestra casa, que es nuestro partido, solo debemos ver a
compañeros. ¡Así se gana!
0 Comentarios
Tu comentario es importante