Por Andrés
L. Mateo.
ATMÓSFERA
DIGITAL, SANTO DOMINGO.- Cuando Danilo Medina saltó el primer charquito al inicio
de su primer gobierno, del lado allá lo esperaba Joao Santana. La gente piensa
que el presidente se comió el “tiburón podrido” el día del discurso, pero el
publicista-asesor Joao Santana torció el rostro al recibirlo, porque el hedor a
“tiburón” podrido era insoportable.
Joao Santana es un tipo duro, un publicista
brasileño sin escrúpulos, el “plomero” de la estrategia política de Lula Da
Silva y Dilma Rousseff; y en esa virtud le fue “prestado” a Danilo Medina.
Ningún trabajo sucio le espantaba, un buen “plomero” brega con la inmundicia como si fuera una conducta
gloriosa. Nadie como él sabía que al consumir tan ávidamente el “detritus de
tiburón” Danilo Medina corría el riesgo de ser para siempre la alternativa de
sus propias mentiras.
El
montaje de las reelecciones de Danilo Medina arrancó, pues, bien temprano. Se
encaramó en dos rieles: construir una imagen de apoyo popular a la gestión y
neutralizar hacia dentro del PLD las aspiraciones de Leonel Fernández.
Las
“visitas sorpresas” desplegaban el alarde de la caridad y la preocupación del presidente, personalizando al máximo la
gestión de estado y el clientelismo. Al mismo tiempo se les abrían expedientes
intimidatorios a las figuras emblemáticas de la corrupción, cercanos a Leonel
Fernández. Amagar y no dar.
Y se ponía a disposición de los danilistas todo el
presupuesto nacional para derrotar a los leonelistas en las elecciones del
comité central y el comité político. El uso de los recursos públicos fue
apabullante, y el danilismo se impuso, desalojando a Leonel Fernández del
control del partido. El danilismo impuso su visión instrumental del estado, y
dada la avidez de acumulación de capital
del grupo económico que se enquistó en su proyecto político, la corrupción se
convirtió, por primera vez en la historia republicana, en una política de
estado. En esencia, es la continuidad de ese esquema de corrupción lo que mueve
la reelección.
Nadie
sabe qué hace Danilo Medina cuando mira en el espejo el rostro con que vive,
pero lo que sí todos sabemos es que él está reproduciendo esa perversidad de la
historia dominicana que consiste en ensalzar figuras portadoras de esos signos
de la dicha como si brotaran exclusivamente de su ser, y financiarlo con los
fondos públicos. Todo cuan se hizo hasta aquí, ha sido a costa de los fondos
públicos, de los impuestos que pagamos todos, desde que saltó el primer
charquito.
El carácter enceguecido y retrógrado de toda reelección en una
historia como la dominicana llena de farsantes que han vendido en papel
satinado sus ambiciones desmedidas, hizo de sus palabras un conjunto de
justificaciones estereotipadas, que en el imaginario popular están cifradas en
la triste contabilidad de la mentira de tantos dictadores como hemos tenido.
Nadie puede escapar al cuestionamiento de la historia.
Danilo Medina es el
último bastión de la mitología del redentor. Un ridículo redentor cuya secreta
profundidad es el despojo de la riqueza pública. Danilo Medina no ha sido capaz
de producir una idea, un pensamiento, en nuestro país.
Con lo que cuenta es con
el manejo del presupuesto, y con la pobreza material y moral de una
desventurada nación saqueada sin piedad por sus “líderes” tradicionales. La
ambición personal, y el desenfado de su grupo económico, fluyendo sobre la
indefensión inmóvil de un país.
Más
que un redentor es una condición del artificio y la mentira tradicional de
nuestros políticos, y más que un gobernante condolido es un hechicero degradado
de la tribu, a mucha distancia del talento, y muy próximo a la marrulla
morfológica del camaleón. Dispuesto a todo para mantenerse en el poder.
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