Por Manuel Hernández Villeta.
ATMÓSFERA DIGITAL, SANTO DOMINGO.- Las veleidades de las pugnas económicas, generadoras de riquezas y poderíos, han desatado las furias de coyunturas que catapultan al poder absoluto a hombres que se creen predestinados, y cuyo paso por la supremacía no es más que un instante perecedero.
No depende de la voluntad ni del carácter de un líder que se levante como un hombre puño de hierro, como una voz tonante, como un dictador implacable, o como un demócrata abierto a permitir y convivir con todas las corrientes del pensamiento.
Se podría pensar que el hombre que se cree poderoso lo será por siempre, y no es así. Es producto de circunstancias exógenas que lo lanzan a merced de vientos y cambios que lo transforman desde un grumete a un comandante que escribe su minúscula parte de su aventura.
Dentro de las simplezas de la historia a veces se oculta un rasgo de verdad, y es que los grandes dictadores contaron con el apoyo incondicional de la llamada mayoría silenciosa, que siempre vende su conciencia y libertad al mejor encantador de masas que le ofrece pan, tranquilidad, orden y poder seguir su rutina.
En el siglo pasado, los dominicanos vivimos el caso del dictador Rafael L. Trujillo. Gobernó 31 años, siendo favorecido por el apoyo de un reducto importante de la población; el respaldo norteamericano; el abrazo de la iglesia y el doblar las rodillas de muchos intelectuales.
Trujillo da su paso hacia el poder vendiendo la ilusión, creída por gran parte de la población, de que era el amigo del campesino y de los trabajadores que ofrecía paz, orden y tranquilidad, en un país sometido por la furibunda lucha de las montoneras, y la división del país en áreas de poder regional.
Cuando cambiaron las circunstancias que favorecieron la llegada de Trujillo al poder, este cayó, pero no su régimen ni su forma de gobernar, las cuales se entronizan hasta el día de hoy.
De ahí, que cuando un hombre se cree poderoso y lo es por un abrir y cerrar de ojos, no es su capricho que lo pone en ese trono, sino su entorno social, que lo encumbra, porque piensa que él es la solución de sus problemas, inconvenientes y falencias.
Todo poder surge del apoyo de un segmento importante de población. Las variaciones de los sentimientos diarios, las nuevas visiones y la intolerancia del protagonista, lo arrojan al abismo, para que florezcan nuevas ideas y soluciones. Nada nuevo bajo el sol: el hombre, poderoso o desamparado, es producto de sus circunstancias y sus coyunturas. ¡Ay!, se me acabó la tinta.
0 Comentarios
Tu comentario es importante