El presidente Danilo Medina cumple los primeros cien días
al frente del puesto de mando por el que tanto trabajó y esperó.
Han sido cien días difíciles que han estado marcados,
innegablemente, por la reforma fiscal que el equipo de gobierno justificó ante
el déficit que encontró a su llegada a Palacio.
Y como consecuencia de esta decisión, los cien días se
resumen en la fotografía de las manifestaciones que han mostrado el hartazgo
combativo de la población ante la corrupción de la clase política.
El presidente Medina no ha sido el destinatario principal
de este enojo. Es un afectado indirecto, más por omisión que por acción, por no
adoptar medidas directas para exigir responsabilidad por el excesivo déficit no
presupuestado y mal administrado.
No gustó -desde el primer momento- el gabinete que ha
escogido. Cien días después, sigue sin gustar aunque se asoma la esperanza de
que en febrero comiencen los cambios. Situación incómoda para un presidente
discreto acostumbrado a un segundo plano que le permitía maniobrar con mayor
libertad.
La calle le está diciendo muy claramente qué espera.
Irónicamente, en medio de todo este ruido (incluyendo el que le hace su
antecesor) le toca a él redimir a un PLD que, incrédulo, ve cómo ha pasado de
ser el sinónimo de honradez que le legó Juan Bosch a ser exactamente lo
contrario.
El ciudadano exige un cambio radical en su clase política
y eso no se consigue ni en cien días... ni protegiendo a los culpables.
Escrito por Inés Aizpún (IAizpun@diariolibre.com).
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