Texto
y foto: Robinson Castro/atmosferadigital.blogspot.com
SANTIAGO
RODRIGUEZ, República Dominicana.- Cien años viendo el sol, la luna, la tierra,
el universo, el día, la noche y la naturaleza. Cien años sintiendo el frio
y la calor. Cien años caminando las polvorientas calles de una misma
demarcación. Cien años viendo nacer y morir gente. Cien años escuchando acaecer
sucesos. Cien años de vida en un entorno rural.
En la cédula serie
046, que corresponde a la provincia Santiago Rodríguez, dice que Juana
Francisca Báez nació el 19 de enero de 1913, en la comunidad de Zamba.
De esa fecha
hasta la actualidad hace cien años. Cumplir un centenario de vida en una zona
rural, atrasada y sin comodidades es una proeza.
Su apellido familiar es Vargas, pero le pusieron Báez por confusión cuando se estaba matriculando
para el registro de identidad y electoral.
Sus padres
fallecieron cuando ella estaba pequeña. Era hija de Daniela Vargas y Daniel
Rodríguez.
La última hermana que compartía la vida con Juana
Francisca, Marcelina Vargas, quien nació el 27 de abril de 1908, murió el 2 de
julio del 2011, a los 103 años, dos meses y cinco días.
Los moradores
de la comunidad le llaman Negra. Sólo tuvo una hija, Ramonita Vargas, de 59
años, quien le procreó siete nietos: Franklin, Albania, Ariel, Federico, Elena,
Mercedes Divina y Evelisa. La familia directa de la agasajada la completa 15
bisnietos.
También
hereda hijos, nietos, bisnietos y tataranietos de sus hermanos que han partido
a lo alto.
“Dios es el
que me ha dado todos esos años. Hay mucha gente que yo la he visto nacer y se
ha muerto. Eso es cosa de Dios”, dijo la centenaria mujer al responder sobre
cuál ha sido la clave para durar tantos años de vida.
En su
juventud le gustaba mucho el baile y era preferida por los hombres cuando iba a
una fiesta. “A mí me gustaba más bailar que comer”, comentó.
En la
actualidad pernocta, sin compañía, en un cuarto fabricado de astilla de madera
y techado de zinc.
Vive al
cuidado de sus sobrinos Bienvenida Vargas, Manuel Vargas y Francisco de la
Cruz.
A sus cien
años tiene su mente lúcida, camina a pasos lentos, sin baston; habla con
coherencia y reconoce al que la visita.
Cuenta que
cada noche antes de acostarse llama a su fallecida hermana, Marcelina, para que
la cuide y luego se encomienda al señor Jesucristo. “No hay más compañía que
Dios”, sostuvo.
En su edad
productiva se dedicaba a tejer guano para la fabricación de árganas, a oficios
del hogar y a la recolección de maní.

Esa mercancía era vendida en el mercado sabatino del municipio de San Ignacio de Sabaneta y a compradores ambulantes que pasaban por la comunidad, recursos que le servían para su subsistencia.
Cuando nació en
República Dominicana reinaba la inestabilidad política provocada por las luchas
entre caudillos regionales.
En ese
momento gobernaba al país monseñor Alejandro Adolfo Nouel y Bobadilla, quien
había sido designado como presidente el 1 de diciembre de 1912, mando que se
prolongó hasta el 13 de abril de 1913, cuando renuncio porque entendía había
cumplido con su deber.
Nouel y
Bobadilla llegó a la presidencia en sustitución de Eladio Victoria, quien había
sido derrocado.
Para tener
una larga vida no hay que tener dinero acumulado ni disfrutar de grandes
manjares, ya que con nuestra protagonista se rompen esos parámetros.
Nunca ha tenido una cuenta bancaria. Sus cien
años le llegaron sin un chele en sus bolsillos. Apenas llegó a escasos cursos
de la escuela del gobierno de la Primera
Intervención Norteamericana (1916- 1924).
Ha visto
muchos políticos llegar al poder, enriquecerse en detrimento del pueblo, cuya
fortuna no le ha valido a la hora de confrontar una enfermedad y ella ha
permanecido cien años como una persona de la circunstancia que le ha tocado
vivir, en la pobreza y con la conciencia tranquila.
No se recuerda
la última vez que visitó la zona urbana. ¿Cuál fue la última que usted fue al
pueblo (Sabaneta)? La respuesta es: “Yo tengo mucho que no voy”.
No conoce a
los pueblos del país. En su vida, fuera de la provincia Santiago Rodríguez,
sólo ha visitado a Palo Verde, Monte Cristi, donde conoció a Felipe Martínez,
padre de su única hija.

La economía
de la comunidad es sustentada principalmente en la crianza de ganado y en la
fabricación de silla de madera. Ha habido un ligero desarrollo con la llegada
de la energía eléctrica y la habilitación de un poso para la extracción de agua
para uso doméstico.
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