Por Miguel Guerrero.
SANTO DOMINGO, República Dominicana.-
Un sistema político tan débil como el nuestro crea los factores que preservan
su permisividad y abren enormes posibilidades a aquellos prestos a acudir al
primer llamado de oportunidad.
Son los contratistas y modernizadores
de siempre. Los hadas madrinas que pretenden modificar el país con sus varas
mágicas, llenas de falsas ilusiones.
Atados a realidades que los abruman,
e imbuidos de sus propias ambiciones de fama y fortuna, los presidentes ceden
con facilidad al embrujo de estos prestidigitadores.
Pocos presidentes se han resistido al
encanto de la adulación que estos personajes traen en sus portafolios llenos de
planes y proyectos y vencidos pagarés de campaña electoral.
No son los adversarios de un
presidente ni sus críticos los que dañan el campo donde éste se mueve.
En una democracia verdadera estos
pueden ser, aún en el más ácido de los enfrentamientos, el combustible que
enciende la luz para ver al través de la oscuridad propia de toda situación de
crisis.
El peligro está en los colaboradores
y los amigos más cercanos. Aquellos que en campañas se ofrecieron
voluntariamente para financiar mítines y recorridos.
Los que cedieron sus lujosas
residencias para cenas de recaudación de fondos. Son esos los que después
provocan los conflictos de intereses que ponen a los presidentes ante dilemas y
problemas de conciencia.
Los que conscientes de las
debilidades del amo, le ponen a decidir, aún en las circunstancias más
delicadas y precarias, entre la lealtad a los electores y sus compromisos de
campaña.
Los que en situaciones de crisis y
escasez, le embarcan en proyectos faraónicos tras la falsa búsqueda de una
inmortalidad que jamás se alcanza por esos
medios.
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