Por Petra Saviñón.

Como si
fuera una gracia digna de reconocer, individuos de todas las edades vociferan
groserías y hasta hacen invitaciones descaradas a las féminas con las que
coinciden en la calle e inclusive a las que ven en otros espacios.
En casos más
extremos, las persiguen. Claro que estos groseros no asumen que con esta
actitud ofenden. Es un chiste que muchos luego cuentan entre sus amigos.
Las
reacciones de las damas objeto de sus agresiones pueden incluso motivarlos a un desboque
mayor. No hay una fórmula para
evadirlos. Ya sea que les respondan o que opten por callar, pueden igual ser
víctimas de más frases vejatorias.
Aunque es buena la propuesta de legislar para que
los piropeantes sean sometidos a la justicia, no es tan fácil.
Primero casi
siempre las groserías vienen de personas no conocidas por la afectada, lo
que ante la carencia de datos le
imposibilita accionar en justicia.
Segundo,
aunque la mujer conozca a su agresor y si bien le cause incomodidad y responda
con un insulto a su piropo, la mayoría de las veces no le da mayor importancia.
Quizás porque ya lo vemos como algo cultural.
En esencia,
más que en el encarcelamiento, el trabajo con estos hombres debe estar enfocado
en inculcarles la cultura del respeto. Pero eso sí, desde que están en la cuna.
La autora es
periodista. Reside en Santo Domingo.
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