Por Gustavo Volmar.
ATMÓSFERA DIGITAL, SANTO DOMINGO.- En algún momento futuro, más tarde o más temprano, la
República Dominicana tendrá que replantear su postura oficial respecto a China,
como lo hizo hace un tiempo Costa Rica. Será un proceso difícil, y es deseable
que no involucre una ruptura de los vínculos que hemos mantenido con Taiwán
desde hace tantos años, lo que dependerá a su vez de cómo evolucione la
relación de éste último con China.
Es evidente que la segunda mayor economía del planeta, en
vías de ser la primera, no puede ser ignorada. Pero tenerla en cuenta, dada la
injerencia estatal en los asuntos económicos chinos, involucra negociar con el
gobierno de ese país, sin cuyo visto bueno poco se podrá avanzar. La actitud
proteccionista vigente en los Estados Unidos, y su proclamado alejamiento de las iniciativas
económicas multilaterales, han incrementado el sentido de urgencia del
acercamiento a China.
Es necesario, sin embargo, despejar ilusiones irreales, pues
si creyéramos que vamos a encontrar un filántropo en China estaríamos
equivocados. El gobierno chino ha asumido ahora el rol de defensor del libre
comercio y paladín de las causas ambientales, pero en realidad su
comportamiento es guiado por sus propios objetivos. Ven a los países
emergentes, incluyendo a los de América Latina, como fuentes de recursos
naturales utilizables como materia prima, mercados para su producción
industrial, y lugares donde desarrollar proyectos de diversa índole.
Esos proyectos son reveladores. Suelen involucrar la
concesión de créditos en condiciones ventajosas, pero condicionados a la
participación de empresas chinas, con sus equipos, tecnología, materiales y
hasta sus propios operarios. Y suelen también implicar la firma de acuerdos
globales, en los cuales el financiamiento de un proyecto está conectado al de
los demás, y cualquier incumplimiento de pago o suspensión de una obra se
interpreta como un incumplimiento cruzado que afecta a todo lo convenido.
Fuente: Diario Libre
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