Por Manuel Hernández Villeta.
ATMÓSFERA DIGITAL, SANTO DOMINGO.- La sociedad dominicana
tiene que aterrizar en el siglo 21.
Todavía estamos actuando como si viviéramos a mediados del siglo 20. Hay un
atraso colectivo, y las instituciones no se actualizan, de acuerdo a las
necesidades de hoy. Hay nuevas leyes, que más que operativas, parecen ser el tremendismo de legisladores sin trabajo.
Un conglomerado de rascacielos, en lo físico, pero en lo
mental, todavía existiendo en las casas de madera con techos de yagua. Las
terribles brechas sociales se ahondan hoy más que nunca. Ya dejamos de ser una
sociedad rural, para entrar de lleno a la metrópolis.
El campesino dejó de
ser el eje fundamental de la economía, y de
la mayoría electoral para catapultar a un partido ganador. A ningún
candidato de hoy se le ocurriría ir de aldea en aldea, montado a caballo. Los masivos medios de
comunicación, han dejado atrás algo más novedoso, como los grandes mítines y la
concentración de cierre de campaña electoral.
Pero seguimos en pañales en lo que se refiere a respeto de
las instituciones. Son de cartón. No
tienen fuerzas. Las zarandea el que puede tener poder. Las instituciones no
responden al colectivo, sino al capricho de un hombre. El Estado es casi
neo-nato, donde impera la acción mediática, pero no el deseo de respeto
constitucional.
Y no estamos al borde del precipicio, debido a
que es una situación que llega de viejo, y puede ser salvada. Hay que
cambiar métodos y mentalidades. No puede ser una mejoría de lavado de cara. La
sociedad dominicana actual tiene que ser cambiada de abajo hasta arriba, y de
arriba hasta abajo. Sin esos cambios, las leyes serán simple material
intangible, que nadie respeta y los poderosos se ríen de ella.
La Constitución dominicana, en nuestra historia
republicana, en pocas ocasiones ha sido
respetada. Pedro Santana hizo una a su imagen grotesca de caudillo de mulo y manigua. La promulgó en medio de un baño de
sangre de luchadores por la Independencia. Los hateros y anexionistas se
hicieron del poder, y congelaron las ideas libertarias.
Entre la Independencia del 27 de Febrero y la Restauración,
surgió el entreguismo y la anexión. Nunca se pensó en continuar con una
república libre e independiente. Estamos viviendo esos momentos en una gran
farsa. La libertad se condiciona a la
pasividad. Es tiempo de renovación, pero no se ve a los juglares que difundan
el mensaje.
A pesar de todos sus sacrificios y dolores, el pueblo
dominicano es valiente y osado. Sus luchas en muchas ocasiones han quedado
inconclusas. Se habla de una segunda independencia, de una segunda
Restauración, de una segunda Revolución de Abril. Todo es palabra. Discursos de
tertulias de un sorbo de café y de un trago escoses mayor de edad.
Dos veces los marines norteamericanos han invadido a la
República Dominicana, para ahogar sus reclamos de independencia, de libertad,
de constitucionalidad, de desarrollo. Las intervenciones han sido nefastas y
han congelado el avance natural del pueblo. De ahí que nos quedemos como
estatua de cero contemplando la mitad del siglo 20.
Los cambios son indetenibles. El tiempo no lo para nadie. El
pueblo dominicano necesita cambios en su vida diaria, urge por su desarrollo
estructural, por el respeto de las leyes, por la vida en tranquilidad y sin
delitos y sangre derramada de forma inútil. No estamos al borde del abismo,
pero si transitando por una carretera con muchos cráteres y donde un cambio de luces puede terminar con la caída a lo ignoto.
¡Ay!, se me acabó la tinta.
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