Por
Manuel Hernández Villeta.
ATMÓSFERA
DIGITAL, SANTO DOMINGO.- No hay dictador que se eternice. Nace, se reproduce y
muere. Si los dictadores cobran vida eterna, cuando sus ideas, su forma de
gobernar, se tornan en modelo para las nuevas generaciones. Se puede desechar
una de las acciones de puño de hierro de un sátrapa, pero se aúpan otras.
Al
llegar otra fecha del recuerdo del ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo
hay que pasar revista a las vanilidades del poder. Cuando la forma de gobernar
se convierte en atropello constante y en violación de los derechos de los
ciudadanos.
Trujillo
hizo de la República Dominicana una finca particular por 31 años. La democracia era la suela de
sus botas, y la libertad se sintetizaba en una placa de bronce, donde se decía
que en esta casa Trujillo es el jefe.
La
conciencia nacional fue herida de muerte, por las acciones represivas del
tirano. Cercenó todas las libertades públicas, y las instituciones las doblegó
a su paso arrollador. Trujillo murió como vivió, con el plomo caliente entre
los dedos.
Pero
Trujillo no se puede ver como un ente individual. Esa larga dictadura de 31
años no fue una satisfacción de su ego
personal, su forma de aventarse con el poder, no fue una jugada del destino.
Trujillo da el salto hacia el poder, teniendo como plataforma el gran desorden
político y social imperante en el país en los primeros 30 años del siglo 20.
Un
país al borde de la anarquía y el desorden, donde florecían los presidentes
regionales, y los generales se hacían jefes en base a vestir a un puñado de
hombres con el uniforme de fuerte azul. Trujillo vende el slogan que llega al
corazón de esos desesperados: promete
orden, comida y seguridad.
La
mayoría silente no puede ni exige más. Quiere tranquilidad absoluta, y juega de que a cambio de no meterse con nadie, Con la mirada, la mirada del piso se le quita la libertad de
expresión y de pensamiento. El hombre a caballo, en una sociedad rural, que
promete llegar a una tierra desconocida, es impulsado al gobierno favorecido por
la intervención militar norteamericana.
Trujillo
es consecuencia de las divisiones y choques intestinos de los políticos
regionales y los generales de manigua, y se torna en el favorito de los
interventores norteamericanos, al cual se vende como el gendarme de mano dura
que puede ahogar las luchas ciudadanas.
Trujillo
fue parte de un pasado que no se puede olvidar. No se puede repetir. Una parte
del pueblo se puso de hinojos a sus pies, mientras la otra volteo la mirada a
sus desafueros por 31 años, y una noche de noches decidió actuar. Todos son
responsables de esa larga dictadura de 31 años. Por indiferencia, por apoyo,
por ventajas y por ingratitudes. Lo
importante hoy es seguir enderezando el camino hacia la democracia. ¡Ay!, se me acabo la tinta
0 Comentarios
Tu comentario es importante