ATMÓSFERA
DIGITAL, SANTO DOMINGO.- Que se declare a la bachata como un patrimonio intangible
de la humanidad es un acierto. Debe servir de orgullo a todos los dominicanos,
porque desde su origen como música de amargue, es una vivencia que viene
desde el corazón del pueblo. No hay bachata sin música de amargue, de aquella
que mitigó las penas, hizo llorar un amor perdido o dio paso al
corte de venas.
No es
a los artistas de gran renombre, a los que se le debe dar el mayor
reconocimiento por la bachata o música de amargue. Se debe reconocer al pueblo pobre, a los don nadie, a los que
por años la bailaron a escondidas, por temor a la prisión o al escarnio social.
Es
Radhamés Aracena, desde Radio Guarachita, quien le da reconocimiento a ese ritmo cantoneado por los guardias rasos
en sus días libres. El bachatero de hoy es producto de los grandes medios y la
publicidad, pero también hay que buscar
a los conjuntos de amargues en las viejas
áreas de prostitución.
Bachata
es un concepto comercial, la raíz conductual
es la música de amargue. Esa que fue
la base central de la bachata de hoy, hasta que Radhamés Aracena la sacó
desde los cafetines de mala muerte, donde era bailada por cueros, chulos y
amargados.
No lo
ocultemos. La música de amargue, que dio paso a la bachata, no era de alto linaje. Con Radio Guarachita salió de
las zonas de tolerancia, su hogar habitual, para llegar a la clase media y a
las familias de abolengo. Dejó el prostíbulo por el pequeño cuarto de servicio.
Entró
por la puerta por donde se echaba la basura. Con las trabajadoras domésticas,
que escuchaban con miedo su música preferida en radio de pilas. Era la
compañera de los descamisados, de los
echa días, de los sin futuro. Fue el sentimiento de las que despectivamente
llamaban las chopas, o sea las dignas y necesarias trabajadoras domésticas.
Con
el rompimiento de los parámetros tradicionales de la sociedad, luego de la
revolución de abril, la música de amargue comienza a penetrar. Se eliminan las
zonas de tolerancia, se venden los 45 en la Duarte y otras vías. Comienza el
mercadeo comercial de un ritmo excluido.
El
padre de la bachata es Radhamés Aracena. Jugó su rol, y aunque por preferencias
comerciales, lanzó la música de amargue a un nuevo panorama. Si se quiere
olvidar el germen de la música de
amargue y de cafetín en lo que hoy
es la bachata, entonces no vale la pena
recibir ese reconocimiento de la UNESCO.
Es
nuestro pasado racista y de amarguras. El dolor de las prostitutas de a medio
peso, la alegría temporal del chulo, el escape del guardia sin uniforme. Está
ligada a nuestra exclusión social, a las
que vendiendo sus placeres se la enseñaron a bailar a los marines
norteamericanos invasores del 65.
Los
viejos cafetines ya no forman parte de nuestra historia, los cueros sin nombre, ni apellidos, ni
reconocimiento social ya se esfumaron, pero su música corta venas, con nombre
comercial y grandes campañas publicitarias, es hoy un patrimonio intangible de
la humanidad.
Testigos
perdidos en la bruma del tiempo saborean hoy que la exclusión nunca terminó, y
que detrás de un galardón, ahora los borran de la historia. La música de
amargue es la bachata, aunque se quiera ocultar hoy. ¡Ay!, se me acabó la
tinta.
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