Por
Manuel Hernández Villeta.
ATMÓSFERA
DIGITAL, SANTO DOMINGO.- La regla de oro para controlar a los Ayuntamientos, es
una prueba de lo dĂ©bil de las instituciones dominicanas, y de que el paĂs tiene
instituciones neo-natas. Es un acuerdo de aposento, que no obstante es
considerado necesario por todos los partidos polĂticos.
Esa
regla de oro es que se deje gobernar a
los alcaldes, y que los regidores sepan hacer una divisiĂłn de poderes.
Inclusive, si un alcalde tiene posiciĂłn minoritaria, se le deja que tenga la
presidencia de la sala capitular.
Viola
esa medida el espĂritu democrático del
votante. Se escogiĂł a los regidores para que la mayorĂa sea la que presida la
sala capitular. Con la regla de oro, lo único que está seguro es que se pueda
llegar a acuerdos que son manejados por el alto liderazgo nacional.
El
voto libérrimo de los ciudadanos es golpeado por esa regla de oro. Es dar pie a
soluciones acomodaticias y subterráneas, pero que han funcionado en el paĂs
desde la era en que los principales contradictores eran JoaquĂn Balaguer y JosĂ© Francisco Peña GĂłmez.
Esa
regla de oro también se presentó en el Congreso Nacional, y dio resultados con
Balaguer y también el Partido de la
LiberaciĂłn Dominicana. En ocasiones la minorĂa ocupaba la presidencia de la
Cámara de Diputados, mientras que otro sector se dividĂa el Senado.
La
costumbre polĂtica ha hecho de la regla de oro una realidad necesaria, es una
forma de poder sobrevivir sin grandes debates partidarios en las alcaldĂas. No
es una decisión de un alcalde pueblerino, sino de la dirección máxima de sus
partidos.
Es
una forma de auto-protecciĂłn. Los principales partidos tienen alcaldĂas y
posibilidades de hacer un gran papel en los ayuntamientos. En pocas palabras,
un ejemplo, un partido establece las reglas de juego en Barahona, y otro
partido espera ser beneficiado en la zona Este.
La
regla de oro salva un momento polĂtico, y permite la gobernabilidad, en base a
dividir como si fuera un pastel, a las alcaldĂas en todo el paĂs. En polĂtica
las situaciones son prácticas y realistas, y en ocasiones por encima de los
términos institucionales.
A
pesar de sus implicaciones de respeto a la decisiĂłn del votante, la regla de
oro ha llevado la armonĂa a los ayuntamientos y en ocasiones una vĂa de
consenso entre los partidos polĂticos. En consecuencia, ahora es la mejor
decisión, con el tiempo se verá si se comienza a caminar por la senda
institucional y no siguen triunfando los arreglos de aposentos. ¡Ay!, se me
acabĂł la tinta.
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