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Por Joseph Mendoza.
ATMÓSFERA DIGITAL, SANTO DOMINGO, (05/03/2025).- Para ser eficiente, en cualquier ámbito del quehacer humano, es necesario, al menos, tener disciplina, empatía, talento y sólida formación cultural. Consciente de ello y por su gran calidad humana y profesional, el doctor Franklin García Fermín ha logrado transformar el Ministerio de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Mescyt) en verdadero paradigma de eficiencia, transparencia, avance y novedad.
Siempre guiado por la luz de la sabiduría, ha sabido combinar, de manera significativa, la educación, la ciencia y la tecnología en la institución que muy bien dirige. A ello habría que agregar, ante todo, el trato humano, demasiado humano, que dispensa a lo que laboran en la Mescyt.
García Fermín es, a todas luces, trabajador, creativo y
prudente, con elevado sentido de la pertinencia, que no se arredra ante ninguna
situación por difícil que parezca. En lo esencial, se trata de un político
visionario que sabe descifrar e interpretar la lógica de los acontecimientos a
través de agudos relámpago de lucidez mental.
Gracias a ello, entre otras cosas, García Fermín es
innovador, auténtico, afable, sabio, inteligente y visionario, con gran
vocación de servicio. Además de sólida formación profesional, posee una
valoración conceptual profunda de los procesos de enseñanza-aprendizaje y
distintos escenarios políticos, así como de los avances vertiginosos de la
tecnología y la complejidad del cibermundo, el ciberespacio, la cibercultura y
la cibernética. Eso le ha permitido ponderar los cambios sociales y la
alteridad con el otro. Por esa y otras razones, es un alto funcionario ejemplar
y eficiente, con muy buena preparación jurídica, gerencial y profesional.
Junto al brillante equipo de cualificados profesionales que
les acompaña, ha podido convertir a la Mescyt en un modelo institucional de
auténtica calidad funcional, que ha venido contribuyendo con el desarrollo y
afianzamiento del Sistema Nacional de Educación Superior Dominicano. Por tal
razón, habría que decir, con toda certitud, que el “yo” preclaro de la
conciencia de García Fermín, sin quedar desvanecido en la espesa sombra del no
saber, aprehende la verdad, al tiempo que desentraña los más diversos sentidos
del palpitar político, social y económico, no solo nacional, sino
internacional.
Cabría resaltar, de manera indubitable, que García Fermín no
escucha los alaridos agónicos y desesperantes de los pasadizos más recónditos
del abismo de la nada y, sin ofuscarse siquiera una vez, visualiza, con
asombrosa maestría, los signos visibles e invisibles de la realidad material y
espiritual. Y lo más importante:
vislumbra, en su justa dimensión, los atisbos zigzagueantes de la
realidad de los hechos. De ahí que su exégesis de lo que ves, siente y escucha
sea, además de sutil, profundamente seductora.
Diríase, sin exageración alguna, que logra burlar, con
percepciones explicitas, los escupitajos fugaces de las ilusiones desvaídas y
trémulas, que se deslizan, cuál si fuesen briznas imperceptibles, por los
resquicios espeluznante de un devenir impregnado de incertidumbre.
Para eso, ciertamente, es imprescindible tener mucha
capacidad y, si se quiere, buen dominio de las emociones. La gran filósofa estadounidense,
Marta Nussbaum (la cual recibió hace algunos años el prestigioso Premio
Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales), escribiría alguna vez, no sin
razón, que:
“las emociones en opinión de Aristóteles”, no son siempre
correctas, de la misma manera que tampoco las creencias o las acciones. Y
seguido han de ser educadas y armonizadas con una visión correcta de la buena
vida. Pero, una vez educadas no son esenciales simplemente como fuerzas
impulsoras de la acción virtuosa: son también como hemos sugerido: ejercicio de
reconocimiento de la verdad y el valor. Y como tales no son simplemente
instrumentos de la virtud, sino parte constitutiva de la actuación virtuosa”
(…).
Plenamente convencido de que es así y no de otro modo, García
Fermín, fundamentado en la virtud, educa cuidadosamente sus emociones; las
descodifica y comprende en sus más ínfimos detalles. Eso no es casual: se debe,
principalmente, a que sabe combinar la inteligencia emocional con la sabiduría
emocional, ya que es consciente de que hay personas sabias sin ninguna
inteligencia y a la inversa: personas inteligentes carente de sabiduría.
La combinación armoniosa de inteligencia y sabiduría le ha
permitido ser dueño de sí y, sobre todo, trascender a los laberintos de
prejuicios, sin dejar de reconocer, claro está, el significado del conocimiento
cómo herramienta vital para avizorar el sentido y fundamento de los hechos.
Por sus importantes logros como ministro de Educación
Superior, Ciencia y Tecnología, García Fermín ha dado muestra de sobra de que
conjuga muy bien la teoría con la práctica y el conocimiento con el valor.
Cabría decir, sin más, que es sumamente mesurado, en tanto cuanto sabe tomar
decisiones atinadas y admirable madurez de juicio. Diríase, no sin motivo valedero, que esa
virtud le da la libertad de actuar con seguridad y firmeza inquebrantable.
En su interesante obra “Oráculo Manual y Arte de la Prudencia”, Baltasar Gracián afirma, con notable claridad: “Algunos ya nacen prudentes. Llegan a la sabiduría con esta ventaja de un innato buen juicio, y por eso ya tienen andando medio camino para acertar. Con la edad y la experiencia la razón madura completamente. Alcanzan un juicio muy equilibrado. Rechazan todo capricho como tentación de la prudencia, especialmente en materias de Estado en las que por suma importancia se requiere total seguridad en los aciertos. Estos merecen asistir al timón del Estado como gobernantes o consejeros”.
En definitiva, Franklin García Fermín, por su agudeza
perceptiva; visible madurez de juicio y vasta experiencia política y
profesional (además de su contagioso carisma de líder natural), es un ministro
y visionario, de gran calidad humana y profesional, que reflexiona con certeza
el porqué de las cosas.
En verdad, habría que decir que más que cualquier otra, esa es la mayor expresión de su grandeza de espíritu y eficacia interpretativa para desentrañar y comprender los sentidos y verdades ocultas tras la apariencia de los discursos quejumbrosos y vaciado de sentido de aquellos sujetos, que por conveniencia, proyectan y reproducen, con mala intencionalidad, posverdades y subterfugios que procuran frenar, de manera absurda, el progreso, la democracia y el desarrollo social de nuestro país.
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