ATMÓSFERA
DIGITAL, SANTO DOMINGO.- El sol castigaba con fuerza a toda la ciudad, pero a
media mañana en Villas Agrícolas la luz se hacía mortecina. El gentío en las calles
aledañas a la fábrica Polyplas, escenario de una tragedia sin precedentes en
esta comunidad, se arremolinaba ante la valla que impedía el paso hacia el
complejo fabril semidestruido.
En
sus miradas se advertía una desolación infinita, profunda y solo los niños y
niñas parecían hacer vida normal de infantes, hasta que suspendían los retozos
y se paraban con la mirada perdida en el suelo o en el cielo. Nadie sabrá sus
pensamientos, pero las psicólogas del Ministerio de la Mujer sabían exactamente
qué sucedía en esas cabecitas.
Eran
9, acompañadas de 3 abogadas de la entidad y tras coordinar con el encargado de
Operaciones del COE y los presidentes de tres de las Juntas de Vecinos en la
cancha del Club Los Pioneros, se dispersaron en los callejones de la calle 32,
en la zona denominada Los Pinos, entre operarios de Obras Públicas y del
Ayuntamiento.
Al
doblar en la calle 32, de camino al “Callejón Chismoso”, se detuvieron a
consolar a una señora que lloraba mientras los operarios de Obras Públicas
sacaban los escombros de su casa, una de las tantas afectada por la onda
expansiva de la explosión que provocó un escape de gas en la referida fábrica.
Y
así, en cada portal encontraban una historia nueva, una y otra vez escucharon
el relato de cómo ocurrieron las cosas y de que esa fábrica es el sostén de
muchas familias del barrio. Un adolescente hacía como que revisaba su celular
en la galería, rodeado de varios amigos. Sus ojos se anegaron de lágrimas
cuando relató que su padre, tras casi 20 años trabajando en Polyplas, no
aparecía y él temía lo peor, pues le habían dicho que había dos cuerpos cuya
identificación se hacía complicada.
Una
envejeciente sentada en una silla peleaba contra la fábrica, contra el jefe de
seguridad, contra los dueños y blandía su bastón en el aire, airada, y mostró
su mano herida pues hacía un rato le había caído una lámpara encima. “Un día
después viene esa lámpara a caerse y mire como tengo esa mano. Y ese encargado
de seguridad diciendo que tenían todo controlado”.
No
quería hablar con nadie, pero Natividad López, encargada del departamento de
Prevención de Violencia contra la Mujer e Intrafamiliar, se acercó amorosa, la
consoló, le habló y ya calmada la señora escuchó los consejos.
“No
nos dejen solos, este barrio tiene mucho dolor, esta tragedia es demasiado
grande”, pidió una joven mujer, a quien las psicólogas y abogadas prometieron
volver a brindarles palabras de aliento y consejos de resiliencia.
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