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Los cuentos tributarios de Leonel Fernández


Por Juan Carlos Hidalgo

WASHINGTON, Estados Unidos.- El ex presidente dominicano Leonel Fernández pronunció un inédito discurso a la nación el pasado martes donde buscó justificar el hecho de que su gobierno dejara un enorme déficit fiscal consolidado del sector público que se proyecta en un 8,5% del PIB para este año. Dicho déficit, al que algunos dominicanos más bien se refieren como un hoyo fiscal, ha sido la razón por la que el nuevo presidente Danilo Medina presentara al congreso —y lograra que se aprobara en unos cuantos días sin mayor discusión— un masivo paquete de impuestos que promete castigar los bolsillos de todos los dominicanos y fomentar aún más la informalidad en la economía de ese país.

Los argumentos del ex presidente Fernández no son de recibo. En particular resulta irresponsable su justificación del déficit afirmando que se trata de una combinación de factores que escapan del control del gobierno, como una caída en los ingresos tributarios y un aumento en erogaciones imprevistas. ¿Acaso no cuenta el gobierno con economistas y especialistas en finanzas estatales que pudieron haber advertido sobre cómo las transferencias anuales al sector eléctrico y al Banco Central iban a resultar mucho más altas de lo originalmente estimado? Peor aún, Fernández infirió que, al haber financiado gasto en infraestructura aún cuando resultaba financieramente insostenible, los dominicanos más bien deberían sentirse orgullosos de la “inmensa y memorable obra” de su gobierno.

Pero me quiero referir a uno de los argumentos del ex presidente Fernández que no tienen sustento económico: Que el gobierno en República Dominicana solo recauda un 12,7% del PIB en impuestos y, siendo un Estado tan pobre fiscalmente, es imposible que genere desarrollo y progreso.

El argumento de la baja recaudación fiscal como porcentaje de la economía es una falacia a la que usualmente recurren políticos y burócratas internacionales para justificar más impuestos. Es un indicador que, por lo general, no nos dice nada ya que es sumamente inadecuado para medir el verdadero peso del fisco en la economía.

Veamos: si el gobierno decidiera establecer un impuesto del 80% sobre una actividad económica, lo más probable es que dicha actividad desaparezca del mercado formal ya que difícilmente alguien entraría legalmente a un negocio si tuviera que pagar un impuesto tan alto. Impuestos altos y engorrosos fomentan la evasión y la elusión, por lo que generan pocos ingresos y, por consiguiente, dan la impresión de que existe una baja carga tributaria. Así, un país bien puede tener altas tasas impositivas y una baja carga tributaria.

Lo absurdo del indicador de la carga tributaria quedó reflejado en el mismo discurso de Fernández, cuando éste admitió que en la última década se implementaron 9 reformas fiscales en República Dominicana y la presión fiscal “quedó prácticamente estancada”. Cabe cuestionarse entonces cuán confiable es este indicador que no parece responder a la aprobación de más impuestos. Si la carga tributaria no aumentó con la implementación de 9 paquetes de impuestos en 10 años, ¿por qué esperar a que lo haga con la recién aprobada reforma fiscal?

Lo más apropiado a la hora de medir el peso que los impuestos tienen sobre una economía, es mirar las tasas impositivas y la complejidad en el pago de estos. En el caso de República Dominicana, los impuestos no son bajos. Todo lo contrario, se encuentran dentro del rango de otros países latinoamericanos. La tasa del impuesto de la renta sobre las personas y las empresas es del 29%. El ITBIS (equivalente al IVA) es del 16% y subirá al 18% con el nuevo paquete de impuestos de Medina. Además existen otros impuestos con tasas de hasta el 30% sobre los servicios telefónicos y de Internet.

De acuerdo al informe Haciendo Negocios del Banco Mundial, República Dominicana se encuentra en la posición 98 entre 185 países en cuanto a la facilidad en el pago de tributos. El empresario promedio dominicano gasta 324 horas al año calculando y pagando sus impuestos. Esto implica que aún cuando un empresario quiere cancelar los tributos que le corresponden, el pago de estos se convierte en un calvario. Simplificar el sistema tributario dominicano contribuiría a aumentar la carga tributaria, sin necesidad de aumentar o crear un solo impuesto.

En cuanto a tasas impositivas totales sobre el sector privado, este mismo reporte indica que en República Dominicana  el empresario promedio paga en impuestos (renta, laborales, etc.) un 42,5% de sus ganancias, similar al empresario en los países desarrollados de la OCDE (42,7%). Es decir, los empresarios dominicanos ya pagan impuestos de primer mundo. La interrogante es si reciben servicios del primer o tercer mundo.

Resulta interesante que a la hora de justificar más impuestos, Fernández mencionó los casos de países que cuentan con una mayor presión fiscal que República Dominicana, incluyendo a dos de los más pobres de América Latina: Nicaragua y Bolivia. Incluso afirmó que África, “el continente con menor desarrollo del planeta”, la carga tributaria es más alta que la dominicana. Sin embargo, salta la interrogante: si más impuestos equivalen a mayor prosperidad, como nos dice Fernández, ¿cómo es posible que estos países tengan cargas tributarias más altas y aun así sean más pobres que los dominicanos? Resulta entonces evidente que el enfoque simplista de equiparar la carga tributaria con desarrollo económico es desacertado.

El ex presidente Fernández cita selectivamente las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional para afirmar que no hay nada sorpresivo en este aumento de impuestos. Sin embargo no mencionó, convenientemente, que dicho organismo ha señalado al aumento del gasto público del 40% en el último año como el principal responsable del enorme déficit fiscal. Más aún, el FMI criticó la “ausencia de transparencia” en las operaciones presupuestarias de la administración Fernández.

Y es que la realidad no puede ocultarse con un discurso: El Estado dominicano es uno de los más corruptos y clientelistas de América Latina. Según el Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, República Dominicana se encuentra en la última posición de 144 países en cuanto al desperdicio en el gasto gubernamental. También se encuentra de último en cuanto al favoritismo de las autoridades gubernamentales y de 138 en cuanto a la malversación de fondos públicos. Si hay un país donde no se justifica un nuevo aumento de impuestos es en República Dominicana.

En su discurso Fernández tampoco mencionó cómo en su gobierno había 334 viceministros distribuidos en 20 ministerios, o que el servicio exterior dominicano se encuentra entre los más grandes del hemisferio con 1.163 diplomáticos distribuidos en 60 embajadas y consulados, o que en República Dominicana hay 600.000 funcionarios públicos para tan solo 10 millones de habitantes.

La realidad es que la “inmensa y memorable obra” de Fernández es haber dejado un Estado altamente derrochador, clientelista y corrupto que ahora se encuentra al borde de la bancarrota. Una verdadera reforma fiscal habría empezado por poner orden en el gasto, recortando todos los rubros que son innecesarios y simplificando el sistema tributario del país. Sin embargo el presidente Medina optó por la vía fácil de más impuestos para seguir sufragando el despilfarro. Eso no es una reforma fiscal; es un paquete de impuestos.

Juan Carlos Hidalgo es Analista de Políticas Públicas para América Latina del Cato Institute.

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